Por Gregorio Montero
Un día 13 de julio, como el pasado sábado, pero del año 2018, fue dada a conocer una noticia que causó desolación en muchos, se anunció la partida física de un luchador tenaz, de irreductibles convicciones, cuya vida y sus acciones las dedicó a construir su sueño perenne, el de la reforma y modernización del Estado, la mejora permanente de la Administración Pública y el fortalecimiento institucional.
Se esparció como pólvora la triste noticia del fallecimiento del Dr. Amaro a sus 84 años, quien fuera en verdad un soñador, pero un soñador inspirado por De la Barca y por Shakespeare, un soñador que combinó los sueños con la vida, cargándola con su actuación de realizaciones infinitas e imprescindibles.
Amaro fue y es uno de esos que dejan la tierra pletórica de frutos y semillas para que quienes recibimos su influencia, y le sobrevivimos, los continuemos abonando, regando y trasplantando con orgullo, con sentido de pertenencia, perpetuando en el tiempo su existencia a través de sus obras infinitas.
Sin descanso, Amaro ofrendó toda su existencia a servir a su patria reflejada en la justicia, en la Administración Pública y en la cultura, reconstruyendo esperanza en cada espacio; se convirtió en un ícono y modelo como servidor público a tiempo completo, ocupando funciones en los distintos estamentos estatales, desde un novel técnico hasta alcanzar el rango de Secretario de Estado, conocido hoy como Ministro.
A Raymundo Amaro, por allá por los 60s, se le vio portando la toga y el birrete impartiendo justicia en Moca, Puerto Plata y Santiago; también se le vio, desde finales de 1978 a 1999, durante 21 años, comandando con estoicismo y acierto la tropa de la Oficina Nacional de Administración y Personal (ONAP), constructora de talento humano y de ilusiones, y donde sembró una generación de discípulos que todavía hoy lucha por continuar sus sueños, desde el Ministerio de Administración Pública (MAP), nueva etapa evolutiva de la ONAP.
Con entrega similar lo vimos, durante más de diez años, paseándose por los estantes y pasillos de la Feria del Libro, la cual con maestría presidía, cuidando cada detalle, pues los libros constituían la pasión mejor cuidada de su vida; lo vimos, además, asesorando con particular entusiasmo al Poder Legislativo y al Poder Judicial.
Forjó un intelecto inconmensurable, a la vez que único y envidiable, sobre la base del sacrificio, el tesón y la perseverancia, probablemente, desde su formación en Rio Piedra, Puerto Rico, Amaro asumió el estudio y la academia como uno de sus frentes de batalla en pro de una sociedad más justa, no dejaba de profesarlo; de ahí su consagración como profesor sobresaliente en los principales centros académicos del país, sus contribuciones para crear y desarrollar la escuela de Administración Pública en la UASD, sus aquilatados aportes para la consolidación de la UNPHU, de la que llegó a ser Vicerrector, o su contribución decisiva para el nacimiento de la Universidad O&M, de la que fue cofundador y Vicepresidente.
Son incontestables e inigualables sus aportes a la ciencia de la administración, a la reforma del Estado, a la modernización de la Administración Pública, al fortalecimiento institucional, al Derecho Constitucional, al Derecho Administrativo, a la institucionalización del servicio civil y la carrera administrativa, a la profesionalización de la función pública, a la gestión de los recursos humanos, entre otros. Sobre estos temas publicó más de 50 obras, que hoy hacen parte del acervo bibliográfico de obligada referencia a nivel nacional e internacional.
En aquellos tiempos, cuando el terreno era árido aún, fue el gran iniciador y sembrador, formador y motivador de generaciones, con razón, sus discípulos le hemos declarado y reconocemos como el padre de la Administración Pública científica en nuestro país, nada más justo y oportuno que esto.
Cabe destacar, que a este hombre insigne le debemos la redacción del régimen jurídico de la función pública, aprobado en 1991 y reformado en 2008, y otras normas de gran importancia; pero también a él se le debe la redacción de varias de las disposiciones de la Constitución del año 2010, especialmente las ubicadas entre los artículos 134 y 148, referidas a la organización y funcionamiento de la Administración Pública, pues en su condición de miembro de la Comisión de Juristas designada para redactar la propuesta de la referida reforma constitucional, hizo todo lo posible para que, por primera vez en toda nuestra historia republicana, los temas relacionados con la Administración pública, el mérito y la profesionalización de la función pública, quedarán debidamente relevados y consignados en la Carta Magna.
No sabemos cómo, pero, durante tantos años en el ejercicio de la función pública, Amaro se las ingenió para conciliar, cosa difícil, su vida profesional, funcionarial y personal; asumimos que fue el resultado de los rasgos sobresalientes que caracterizaban su personalidad, especialmente la ética y la humildad, las que le facilitaron sus grandes aportes, en todos los campos de su atención, todos reveladores de excelsos mensajes: inteligencia natural, disciplina, método y dedicación plena al trabajo, perfil siempre discreto, nada de estridencia, solo enfocado en sus metas bien diseñadas y definidas, su honestidad a toda prueba, toda una vida dedicada al servicio público sin mácula que ensombrezca su trayectoria exquisita, su forma genuina y hermosa de construir su legado. Todo ello le permitió sin duda ganarse el corazón y la confianza de quienes lo trataban y compartían su lucha y desvelos.
Ahora que se ha posicionado de nuevo el enfoque de la reforma de la Administración Pública en nuestro país, es preciso tener como referentes los aportes del Dr. Raymundo Amaro Guzmán, sus luchas, sus propuestas, sus realizaciones, sus escritos, sus cátedras y su comportamiento como funcionario público de toda la vida, pues no fue solo un teórico e investigador, fue también un practicante de lo que decía y escribía, fue un institucionalista a carta cabal, que incidió incluso en otros países de la región y en organismos internacionales como el Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD), de cuyo Consejo y Mesa Directiva formó parte.
Amaro Guzmán puso a disposición de la institucionalidad del sector público hasta la última manifestación de sus conocimientos, razón y pensamiento, y hasta el más débil hálito de las acciones de su vida. Por ello, más allá de todos los merecidos reconocimientos que los agradecidos le hemos hecho en vida y luego de su partida, desde las instituciones públicas, la academia, los organismos internacionales y las organizaciones sociales, el más importante tributo que podemos dedicarle en este momento es tomar su comportamiento y su legado como fuente, y asumir su ejemplo como faro que ilumine el proceso de reforma institucional de la Administración Pública que está en curso, para no perder de vista nunca el motor que debe moverlo: el interés general de la ciudadanía.
Luchar constantemente por la mejora de las instituciones estatales es el mejor homenaje, a 6 años de no estar físicamente entre nosotros, a la memoria del fertilizador del sector público durante la segunda mitad del siglo XX y los primeros tres lustros del XXI, el Dr. Raymundo Nicolás Amaro Guzmán.